‘Patricia’ llegó, y como escribió García Márquez en “El Otoño del Patriarca” tampoco merecía su nombre de mujer. O quizás si, vaya usted a saber. Mejor no me meto en camisa de once varas y paso a lo que sigue:
Una noche extraña. Y no solo por lo inusitado del fenómeno (no recuerdo huracanes que nos llegaran con vientos tan fuertes desde que tengo uso de memoria), sino porque mi familia y yo pasamos la noche en lugares por completo diferentes y en situaciones que no hubiéramos imaginado. Nada en especial, pero sin duda era una noche para estar juntos en lo físico y en lo emocional.
Primero, un problema de salud de mi suegro que lo ha tenido de visita en el Hospital en los tiempos recientes. Estaba con mi esposa acompañando a su progenitor cuando comenzó la lluvia que anunciaba que Paty estaba arribando a nuestra tierra.
Mi hijo menor estaba solo en casa y convenimos en que fuera yo a nuestro domicilio para ver cómo estaba el peque y cuál sería la probable situación de nuestro lugar. Ver donde refugiar a las mascotas que tenemos (6 peluditos: cuatro perros y dos mininos) y lo que se pudiera ofrecer. Mi hijo mayor estaba de visita en casa de su novia.
Y nada, con el paso de las horas la lluvia, la falta de energía eléctrica, el viento, la falta de transporte público y el peligro inherente a las condiciones del estado del tiempo, hicieron que pasáramos esa noche tan extraña lejos entre nosotros: mi esposa en el hospital cuidando a su Papá, mi hijo mayor en casa de la novia (bien cuidado por el suegro claro) y mi hijo menor con su seguro servidor y nuestros fieles amigos de cuatro patas en casa, a la luz de las velas y durmiendo en la sala.
Sin duda las medidas fueron las prudentes, pero no dejó de ser extraño el pasar la noche de esa manera, tan lejos y tan cerca, comunicándonos como Dios nos dio a entender y orando porque el nuevo día trajera a todos de regreso, dispuestos a nuevas aventuras.