Imposible sustraerse al fenómeno llamado “Volver al futuro”. Para quienes fuimos adolescentes en los fabulosos años 80’s, la trilogía del director Robert Zemeckis, es casi una serie de culto: patinetas voladoras, ropa que se seca sola, tenis que se ajustan de manera automática, publicidad en 3D, ventanas que son pantallas de televisión, videojuegos que se manejan con el pensamiento y un sinfín de artilugios que serían una realidad en este extraño 2015.
Para Marty McFly y el Doc, significó una aventura que les permitió hacer lo necesario para que su presente fuera tal y como lo estaban viviendo en ese 1985 en el cual se ubica la serie. Vaya tarea ¿no es cierto? Me pregunto si nosotros los mexicanos, viajando al pasado, haríamos lo posible para no alterar el presente que nos toca vivir. No estoy muy seguro de ello, pero creo que quizás estaríamos tentados a hacer más de una alteración a los eventos pasados aunque eso creara una paradoja en el tiempo y esta pusiera en peligro a toda la creación.
Pero bueno, no es mi intención disertar sobre los beneficios probables de viajar al pasado y alterarlo aunque sea un poquito. (Oops, creo que me escuché como un político).
Lo que más bien quería compartir en esta columneja, es una charla que he sostenido en varias ocasiones con algunos familiares y amigos a quienes, charlando de hipotéticos viajes al pasado, siempre he dicho que al lugar que me encantaría visitar en el pasado, es a nuestra Nobilísima y Antiquísima ciudad de Autlán de Navarro. Si, a nuestro Autlán, pero al de la primera mitad del siglo XX.
Ese Autlán que nos describen de manera tan poética algunos historiadores y cronistas de la ciudad.
A ese Autlán de las serenatas con el piano del Maestro Moisés Alatorre de las cuales me platicaba un buen amigo que se nos adelantó en el viaje. Al Autlán del Titanes y el Atlético, de los bailes formales en los casinos de entonces, de las obras puestas en el Teatro Mutualista, de los paseos en los llanos del Coajinque, del acueducto que bajaba de Ayutita, de la primera corrida de toros con la presencia de Alberto Balderas y Chucho Solórzano Padre, al Autlán del famoso campamento que planeaba el paso de un tren que siempre estuvo retrasado.
Ahí es a donde me gustaría llevar al DeLorean de la película de marras. Prometo no alterar en lo más mínimo el pasado, de manera que siga siendo el mismo pasado mágico y lleno de añoranzas que nos cuentan nuestros historiadores y cronistas.