Si tuviera que describir la forma en que estoy terminando este año 2015, sin duda la palabra que mejor lo describiría sería “Exhausto”.
Año horrible, terrible, complicado, lleno de situaciones desagradables, largo, sinuoso, un camino lleno de espinas, sin brillo, como si hubiera sido diseñado para probar que tan fuerte o que tanta resistencia existe en mi interior. No lo deseo un año como el que está terminando ni a mi peor enemigo, como se dice de manera coloquial.
Pero también reza el refrán, que no hay mal que por bien no venga y por lo menos algo me dejó de enseñanza, bueno, mucho de enseñanza. Eso sí, fueron muy duras de aprender las lecciones, la vida es una maestra implacable, sin sentimientos, que no siempre suele regalar segundas oportunidades y cuando lo hace el costo no es sencillo de abonar. Aprendí que a final de cuentas somos nuestras decisiones, ni más ni menos.
Aprendí que la culpa es irrelevante. Somos responsables de las situaciones que nos atañen pero nunca, jamás, culpables. Que la culpa no sirve de nada y solo te ata a pasados a los cuales no puedes cambiar una coma por mucho que te duelan.
Aprendí que nunca es tarde para pedir, buscar y encontrar ayuda. En Dios (si creemos en Él claro), en amigos, familia, especialistas y sobretodo en nosotros mismos.
Aprendí que un privilegio de adultos que no siempre estamos dispuestos a ejercer, por miedo, por comodidad, por incertidumbre, es el de elegir. A diferencia de los niños que fuimos a los cuales mandaban y obedecíamos, como adultos siempre podemos elegir. Nada nos obliga a aceptar una situación que nos daña, aunque a veces creamos que sí.
Aprendí que nada es para siempre y que el luto o el duelo tienen fecha de caducidad o deben tenerla.
Aprendí que la esperanza es el peor de los males puesto que sólo acrecienta el dolor y que cuando aprendemos a no esperar, la vida nos sorprende de maneras inimaginables.
Aprendí que cada vivencia y cada persona que cruza por nuestro camino nos dejan algo, aunque haya sido un daño y que debemos aprender y aplicar lo aprendido.
Aprendí que debemos hacer más caso a nuestro sentido común y que cuando éste nos alerta sobre algo que no parece estar bien, debemos atenderlo a la brevedad posible y así podremos evitar males mayores.
Y sobre todo aprendí, que debemos agradecer cada una de las experiencias, cada una de las lecciones, cada una de las alegrías y cada una de las tristezas que nos acompañan día a día.
Así que, de todo corazón, gracias a ti 2015 por todo lo que me has dejado. Gracias por todo lo que me has enseñado. Gracias por todo lo que has regalado.
Y eso sí, espero no saber de ti nunca jamás.