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Vivir para ver – Leonel Ramos Morán

ENTRE SORIANA Y LA TIENDITA DE LA ESQUINA

Que tiempos aquellos en que íbamos (bueno, nos mandaban nuestras Todopoderosas Madres) a la tienda con “Eustolia” o con  “Doña Chuy”, o a la frutería con “Rubén”.

Tiempos en que uno de los programas del Gobierno en turno, era proporcionar artículos de primera necesidad a un costo más accesible para las llamadas “tienditas de la esquina” siempre y cuando se afiliaran a un organismo llamado “IMPECSA”, Impulsora del Pequeño Comercio. Y ahí estaban las tienditas afiliadas luciendo en su fachada los colores distintivos de dicha empresa y por supuesto, el letrero “Afiliado a IMPECSA”.

Lo único que recuerdo que las tienditas no vendían eran carnes, ropa y zapatos, porque hasta unas costalillas a las cuales se les daba uso como mochilas escolares vendían.  Tenían una forma rectangular y una bolsita al frente para los lápices, bolígrafos, colores, etc. Tienditas que vendían inclusive, vino a granel medido por lo general en decilitros, mecheros de petróleo llamados “aparatos”, papelería básica, cremería y embutidos y claro, la canasta básica tradicional: refrescos, pan, dulces y papas fritas.

Eran además, lugares de reunión para nosotros, los chicos de entonces. Después de un buen juego de fut o de bate, bote pateado o lo que fuera, tomarse un refresco con un pan dulce era una experiencia inigualable.

Hablar entonces de que se instalarían en nuestra pequeña ciudad tiendas de autoservicio o supermercados ni siquiera se consideraba. O quizás si, pero no en ese momento, tal vez dentro de algunos años, cuando fuéramos lo suficientemente importantes en cuanto a tamaño y economía.

Ahora veo el revuelo que causan cadenas como Wal-Mart y Soriana y no me deja de sorprender la devoción con que se les recibe. Hasta parece como si fueran enviados de la Divina Providencia o algo así. Son sólo más opciones para tratar de aligerar la carga de nuestros sufridos bolsillos, instrumentos para hacernos la vida más cómoda y presumir que por fin estamos entrando a la modernidad.

Ahora, reparto mi tiempo y mis escasos dineros entre ambas opciones, las tienditas de la esquina y las cadenas que forman parte ya de nuestro entorno. Ya no tomo pan con refresco después de un buen partido de fut e ignoro si aún se vendan los aparatos de petróleo. Lo que si, es que sigo recordando con nostalgia el olor a dulce de la tienda de Doña Chuy y llegar a la frutería de Rubén cuando apenas iba amaneciendo para comprar calabaza en dulce para el desayuno antes de ir a la escuela.

Dudo que algún día extrañe lo mismo de las grandes cadenas comerciales.

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