SAN GABRIEL, JALISCO, 2 DE JUNIO DE 2019. El reloj marcaba las cinco de la tarde, o quizá un poco antes. Todo empezó con la suspensión del servicio eléctrico, enseguida se oyó un gran estruendo; parecía que del cielo brotara ese ruido ensordecedor, mismo que hizo preguntarse a la población ¿Qué es ese ruido, qué se oye? ¿De dónde viene? ¿Qué está pasando?
La respuesta fue inmediata: el río ha crecido.
Fue cuando el preocupado joven Noé Meza Galindo, montado en su pequeña bicicleta, empezó a recorrer las calles paralelas al Río Salsipuedes –por la margen norte- alertando a la población.
– ¡Sálganse, háganme caso ahí viene el río! ¡Sálganse!
Y así fue.
Cinco minutos después las calles Mercado, Av. 5 de Junio, Jacinto Cortina, Concordia, Independencia, Miguel Montenegro y sus perpendiculares junto con la Plaza Juan Rulfo sufrieron el embate y furia de sus aguas negruzcas; lodo, ceniza, árboles sacados de un solo golpe, animales muertos, vehículos flotando y muchísimas personas se vieron envueltos en una vorágine que no tenía fin. Las escenas superaron la ficción; en un instante los habitantes se vieron inmersos en una gran pesadilla.
Las calles se fueron llenando de escenas increíbles, el caudal del río invadió otras calles como las de Evaristo F. Guzmán, Prisciliano Sánchez, José Mojica, Alarcón, Bucareli y otras más.
Sufrieron graves daños El Puente Liso, El Puente Montenegro, que es el principal, El Puente Nuevo y varios puentes peatonales.
Los daños materiales son cuantiosos, casas inundadas, derribadas, imposible de habitarlas más; vehículos destrozados, devastados por la fuerte corriente. Fuerte olor a lodo, humo y ceniza. Algunas personas fueron rescatadas de entre el fango y la palizada.
Y lo insólito, en San Gabriel no cayó una sola gota de lluvia.
Todo vino procedente de la Sierra de Apango, esa misma que vimos envuelta en llamas hace apenas dos semanas, lo que trajo el agua fue un gran cúmulo de árboles cortados por las manos del hombre, un lodo negruzco y cenizas producto de los incendios de las últimas semanas, rocas arrastradas por la fuerza enorme del agua buscando sus cauces naturales.
El saldo: la pérdida de cinco seres humanos y dos desaparecidos, una gran pérdida de cosas materiales, puentes destruidos o dañados, mucha tristeza, dolor, consternación y angustia y una gran impotencia al ver como todo en la margen del río es destrucción y caos.
Pese a todo, el pueblo es muy solidario, surge ayuda de todos lados; el gobierno estatal y municipal hace presencia y gira instrucciones para iniciar con lo primero: rescatar a los difuntos, buscar a los desparecidos, limpiar la zona, restablecer el servicio de energía eléctrica y agua potable, señalar albergues, proveer de lo más necesario, evaluar los daños.
El gobernador de Jalisco, ha expresado que se asignará un presupuesto considerable para resarcir los daños, su presencia resultaba indispensable para coordinar los trabajos.
Serán semanas y meses para revertir los daños, aliviar el dolor y salir adelante.
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No es la primera vez que el río abandona su cauce natural; ya lo hizo aquél fatídico 5 de junio de 1885; las zonas dañadas por el desbordamiento del río fueron la calle que hoy lleva el nombre de Av. 5 de Junio, la calle Miguel Montenegro hasta encontrar el arroyo de San Diego detrás del templo del Santuario y la antigua Plaza del Comercio (hoy Plaza Juan Rulfo), que quedó llena de lodo, animales muertos y troncos de árboles. El puente principal resultó severamente dañado.
La prueba verídica de aquel histórico día lo tenemos en el testimonio del joven Paulino de la Cruz, de dieciocho años de edad, quien el día siete de junio de dicho año, manifiesta en el Registro Civil que sus padres doña Juana Larios, de cuarenta años de edad, murió ahogada por la creciente del cinco de junio y cuyo cadáver fue encontrado en una playa junto al Rancho de la Rosa, y que aún falta que aparezca el cuerpo de su padre don Lorenzo de la Cruz, de cincuenta años de edad, que pereció en el mismo percance. Ambos fallecidos eran originarios del pueblo de Atoyac, Jalisco.
Los comisionados por el gobierno municipal de San Gabriel para reparar el puente fueron los señores don Mariano Morett Pinzón, don Primo F. Villa y el Dr. Ygnacio V. González Montes de Oca. También fue necesario levantar un muro de contención, en donde hoy está situada la Cruz de la Playita y su prolongación por la calle Mercado y el consiguiente galápago del lado norte a ambos lados del puente.
Un segundo embate lo sufrió el Puente Montenegro el 19, 20 y 21 de octubre de 1890, en aquella ocasión las lluvias se prolongaron por más de cuarenta y ocho horas, el río salió de su cauce destruyendo parcialmente el galápago construido en 1885 y alarmando gravemente al vecindario, se tomaron las debidas precauciones y no hubo daños que lamentar, se informó al Gobierno del Estado el incidente.
También resultó dañado parcialmente el Puente del Salto de La Guadalupe.
Para reconstruir ambos puentes se formaron dos comisiones en el Gobierno Municipal; una, integrada por los señores Primo F. Villa, don Esteban Ávalos, don Apolonio Pinzón y don Gerardo Zepeda para reparar el puente de la Hacienda de La Guadalupe.
La segunda comisión estaba formada por don Severiano Soto, don Crescencio Curiel, don Ygnacio Sedano y don Mariano Morett, quienes se encargaron de las reparaciones del puente principal en San Gabriel.
En Jiquilpan dañó los cultivos, en El Jardín y Apulco dañó las huertas y las tabernas; las poblaciones quedaron incomunicadas por el destrozo de los caminos entre los pueblos de San Gabriel, Tonaya y Tuxcacuesco.
Otro de los episodios fue el sucedido el 1° de julio de 1988, debido a las fuertes lluvias en la serranía y el mal diseño y construcción de un vado en la margen del Río Salsipuedes al cruce con la calle José Mojica, el río salió de su cauce provocando destrozos en varias casas cercanas. El vado fue destruido al siguiente año y se colocó el que actualmente se tiene.
Durante septiembre de 2013, la Tormenta Tropical Manuel, elevó considerablemente los niveles de agua del río de Jiquilpan provocando inundaciones en las propiedades de los habitantes que vivían cerca de sus márgenes, destruyó parcialmente el puente La Rosa que comunica a la comunidad de Los Ranchitos. Fueron días de mucha intranquilidad.
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Hoy en día, la vorágine de los últimos acontecimientos ha sembrado temor entre toda la población. Y eso, que aún no lleve en el pueblo que sirvió de inspiración a Juan Rulfo; hay incertidumbre, qué más le espera a sus moradores cuando el temporal de lluvias comience con todas sus manifestaciones.
La gente le llora a sus muertos y a los desaparecidos; pese a todo, hay decenas de historias de solidaridad, de valentía, los nombres de los héroes anónimos se cuentan por cientos.
Hay cierta confianza en que la siguiente crecida del río a nadie tomará por sorpresa, todo mundo tiene su mirada en las nubes, en el cauce del río, en las pocas pertenecías que tendrá que llevar consigo en el momento de abandonar sus hogares; se ha hecho recuento de todas las historias vividas.
Los medios de información han expandido por todo el continente la fatal noticia; San Gabriel está en los titulares de los periódicos y es motivo de noticias en muchos canales de televisión. Hay muchos reporteros rescatando historias de los afectados, señalando los últimos avances en los temas de limpieza, hay cientos de trabajadores de diversas dependencias federales, estatales y municipales trabajando en favor de la población.
Se ha roto la tranquilidad de este pueblo profundamente católico que espera que el Señor de la Misericordia de Amula, escuche sus súplicas, que con sus brazos abiertos le siga protegiendo.
¡Que el Gran Arquitecto del Universo, nos sostenga de su bendita mano!